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Un hombre maltratado:la excepción de la violencia de género

| -k bidalia webmaster2 | Esteka iraunkorrak | Violencia de Género
Fuente: La Tribuna de Albacete

Este año han muerto 44 mujeres por una de las mayores lacras de la sociedad. Aunque el número de hombres maltratados es mínimo, la justicia le acaba de dar la razón a uno. ‘La Tribuna’ habló con él.

Uno de los últimos casos de violencia de género ocurrió hace pocos días en Villarreal cuando un guardia civil en la reserva presuntamente mató a su mujer de 45 años, al estrangularla brutalmente. Este año ya van 44 mujeres muertas a manos de sus maridos, compañeros sentimentales, ex parejas... Son las cifras de una realidad atroz que marca en color negro, como el luto de los crespones, las fechas más fatídicas en el calendario. Hace pocas semanas la ciudad se levantó consternada por la muerte de una ciudadana rumana a quien habían acuchillado en plena calle del Rosario. Cada año, hay decenas de muertes de mujeres por casos de violencia de género, que son una de las lacras de esta sociedad. No obstante, esta guerra de sexos no acaba aquí porque también está la otra parte; la realidad de los hombres que sufren maltrato psicológico y violencia física en algunos casos. Bien es cierto que son la excepción en los casos de la violencia de género porque de 100 denuncias, apenas cinco corresponden a los varones.

La Tribuna de Albacete charla durante 45 minutos con el albaceteño J.A.F.N., de 35 años, uno de los poquísimos casos de hombres maltratados en nuestra provincia. La justicia le ha dado la razón después de que se haya condenado a su agresora, M.A.G.N. y en situación irregular, a seis meses de prisión que se ha sido sustituida por la expulsión de la misma del territorio español, que está en trámites de ejecución de la sentencia, y con la prevención de que la misma no podrá regresar a España en el plazo de 10 años.

J.A. cuenta en primera persona cómo empezaron sus particulares tres años de sufrimiento. «Todo lo que he vivido no se lo deseo ni a mi peor enemigo», dice apesadumbrado para comenzar su historia: «La conocí en mi taxi. Me dijo que la llevara a una localidad cercana y cuando llegué me pidió el teléfono móvil. A los pocos días surgió una relación esporádica que duró unos meses. Con el paso del tiempo me di cuenta de que la mujer no estaba en su sano juicio y decidí cortar la relación».

A partir de ese momento fue cuando comenzó su laberinto. «Hacía de todo, estaba como enferma; me llamaba a las cinco de la mañana e insultaba a mis padres; se presentaba en mi casa de madrugada y una vez tuve que llamar a la Policía tres veces porque se iba y luego volvía. Gritaba mi nombre para que la escuchara y pasaba bastante vergüenza porque mi barrio es pequeño y toda la gente me conoce. Me buscaba por las paradas». Todo se convirtió en el retrato de una obsesión. «Intentaba calmarla de todas las formas, pero en una ocasión fue rompiendo los cristales del portal con un bote de colonia que me iba a regalar. Ahí fue cuando se lo tuve que decir a mis padres».

«Otra vez iba con el taxi por la noche y se me subió sin que me diera cuenta. Recuerdo que llevaba un punzón que me puso en el cuello y me dijo que nos fuéramos a hablar, que no quería hacerme nada. Me pidió que le diera una parte de mi tiempo. Entonces llamé a la central para que enviaran a la Policía, algo que se puede hacer gracias al GPS que llevamos incorporado algunos taxis». Para J. A. éstas fueron una de las sensaciones «más terroríficas» que ha tenido, «sentí mucho miedo porque ella estaba obsesionada conmigo. Podía llegar a las ocho de la mañana y encontrárla en el garaje de mi casa».

El retrato de la agresora es el siguiente: «Una mujer de América Latina que trabaja como prostituta, un mundo en el que hay mucha droga y mucha mala gente», comenta J.A., para agregar que «me he quedado más tranquilo tras saber que la justicia me ha dado la razón». La mujer, M.A., le amenazó de muerte «muchas veces», «algo que llegó a asustarle porque no sabía si realmente me podía hacer daño».

En el plano psicológico, J. A. experimentó un cambio total: «A todas las chicas extranjeras apenas las trago. Cuando se me suben en el taxi tengo cuidado. Ya no soy el mismo, aunque creo que por mi juventud puedo superarlo, sin embargo, me da mucha pena por mis padres porque también han sufrido conmigo este calvario».

Este hombre, que quiere que su testimonio sirva para que se denuncien todos los casos de violencia de género, estuvo varios días sin salir de su casa por miedo a esa mujer. Recuerda que cuando pasaba por paradas que tenían más de uno o dos taxis «yo seguía de largo por esa tensión que tenía. Siempre llevaba los cierres del coche puestos y tenía miedo hacia ella y también hacia lo que podía hacer yo, por eso la denuncié». J.A. sabía que en el momento que le pusiera la mano encima iría derecho a la cárcel.

«Ella intentaba provocarme, estaba bien asesorada», relata este hombre, para añadir «que he tenido que cortarme muchas veces para no liarla al escuchar insultar a mi madre; me acusaba de cosas falsas».

Una vez, J.A. estaba celebrando con un amigo que habían llegado hasta Alcaraz en bicicleta, y esta mujer se pasó por el pub, le estampó una cerveza en la cabeza y le dio un golpe «en los genitales». J.A. se fue por la puerta trasera y la mujer lo volvió a abordar antes de que llegara a su casa, que fue cuando le intentó sacar un ojo con una de sus largas uñas postizas. En ese momento, J.A. perdió la paciencia, y según comenta «le di un par de tortas, la inmovilicé contra el suelo y llamé a la Policía porque no podía más». «Se personaron los agentes y conforme llegaban, sin mediar palabra, me pusieron contra la pared, me esposaron y me metieron tres días en el calabozo».

Se denunciaron mutuamente, «aunque las mentiras por parte de la agresora M.A. se sucedían en su declaración. La escuché decir que la pegaba». Él inteligentemente había guardado cientos de mensajes amenazantes del tipo; «las risas de tu hermana se las voy a hacer comer una a una», «cuando vengas del lavadero mira bien tu casa porque va a ser la última».

El hombre maltratado habla de su agresora, M.A.: «La traté fenomenal desde el principio, como siempre hago con todo el mundo, pero ella se confundió y todo el amor que sentía por mí se convirtió en ira. No supo encajar que no quisiera compartir nada con ella y empezó a decirme que si no era para ella no iba a ser para nadie».

En su relato de los hechos, J.A. dice a La Tribuna de Albacete que «lo más fuerte que le ha pasado en estos tres años» fue cuando «una noche de invierno se me montó un muchacho atrás, que llevaba un gorro y el cuello de la chaqueta subido. Me comentó que me diera la vuelta a la manzana y eso me extrañó. Cuando me fui a dar la vuelta me dijo: ‘No te gires’», entonces J.A. le contestó que no se iba a mover del sitio donde estaba con el taxi. «Quitó las llaves del coche y me amenazó otra vez nombrando a esta mujer y me advirtió: Recapacita sobre la situación que tienes y la denuncia que le has puesto. Te advierto una cosa, como la echen del país no me vas a ver por detrás sino de frente. Me volvió a poner la mano en la cara, abrió la puerta y se fue», recuerda.

J.A. estuvo a punto de irse de la ciudad por este problema, pero al final no lo hizo porque disfruta con su trabajo y por el fuerte apoyo que sentía con su familia. «Cuando denuncié me ofrecieron un psicólogo por si en un futuro este tema me podía afectar. Tengo miedo a volver a pasar por lo mismo», dice este hombre maltratado, para añadir que «me sentí avergonzado cuando denuncié porque un agente se rió de mi problema. Yo pregunto: ¿Acaso un hombre no puede denunciar casos de violencia de género?».

La justicia le ha dado razón, lo que ha servido para que sus heridas se curen, aunque siempre quedará la cicatriz y el recuerdo de tres años horrorosos. Infierno que, por desgracia, también viven cientos de mujeres cada día.

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